Ya me puse una pinza de la ropa en el labio, también me aplaste la mando entre la silla y la mesa y nada, las ideas no vienen a mi. ¿No decían que éstas cosas funcionaban para despertar la creatividad?
Salgo de casa, voy al trabajo, llego a la oficina; bullicio de actividad desde temprana hora, bueno, temprana sí consideramos que acabo de llegar. Ya es medio día.
Para colmo, se me ocurre ponerme a escribir en un momento de quietud en mi escritorio. Justo en el momento en que empiezo a escribir los compañeros que tengo al lado comienzan a hablar..., no, no hablan, gritan pese a que los que escuchamos estamos a menos de un metro y medio de distancia.
Trato de usar mi lado zen pero no soy capaz, mi cabeza se llena de ideas, eso es lo que me hacía falta, ideas; pero las ideas que llegan a mi son frases de desesperación, exigentes pidiendo: ¡no grites, sí te escucho! ¡Silencio! ¡Ya cállate!
De pronto el silencio, no necesite decirlo, tan rápido como llegó el escándalo se fue...., pero nuevamente no sé que escribir, ya no hay a quién exigirle que se calle y las ideas se fueron junto con las palabras exageradas y mentirosas de mis compañeros -Qué bien te ves- dijo uno mintiendo a otro que se había puesto una camisa poco favorecedora. -Lo que más me molesta es la gente aduladora- dijo aquel que llena de loas al jefe o al compañero engreído que nadie aguanta para quedar bien.
Por eso me dan ganas de decirles, de gritarles, ¡cállate! ¡Mientes! ¡adulador! ¡cobarde!
Pero no, me guardo mis comentarios y confirmo lo dicho -Sí te ves bien- ¿quién soy yo para hacerlo sentir mal con su camisa rosa y 6 tallas más grande? No voy a adular al jefe, pero tampoco voy a llenarlo de halagos inmerecidos, ya tengo suficiente escuchando a un adulador.
Me voy a poner a trabajar hasta que se me ocurra que escribir.